Las mil vidas de Alec Baldwin, la “estrella más odiada” que se redimió con la comedia (2024)

Si estrenarse en un festival es una ambición de cualquier título, más lo es aún en el caso de una producción modesta. En el caso del western Rust, su recién anunciada presentación en el Festival Internacional de Cine del Arte de la Cinematografía Camerimage es tan amarga como polémica. La película de Alec Baldwin (Amityville, 66 años) viene precedida de una polémica de sobra conocida: un disparo efectuado por el actor con un arma cargada con munición real que no debía estar en el plató provocó la muerte de la directora de fotografía Halyna Hutchins, un incidente similar al que provocó el fallecimiento de Brandon Lee durante la filmación de El cuervo y a Jon-Erik Hexum, protagonista de la serie de televisión Camuflaje.

El pasado julio, tres años después de la tragedia, se anuló el juicio contra el actor tras descubrirse que la fiscalía había ocultado pruebas a la defensa (también se supo que la fiscal se había referido a él como un “comemierda” y un “estúpido arrogante”) e impidió que se vuelvan a presentar cargos contra él. A pesar de que el paso por salas comerciales de Rust repercutirá económicamente en el viudo y el hijo de Hutchins, su estreno no ha sido recibido con alborozo por todo el mundo. “Estoy totalmente a favor de homenajear a Halyna y su hermoso trabajo, pero no proyectando y, por lo tanto, promocionando la película que la mató”, escribió Rachel Morrison, directora de fotografía de Black Panther, en la publicación de Instagram del certamen que anunciaba el estreno.

Si alguien que leyese esta noticia hubiese estado desconectado de los movimientos de Baldwin en los últimos treinta años, le sorprendería, casi tanto como la tragedia que envolvió al rodaje, la presencia del actor en un western de presupuesto ínfimo. Baldwin, el galán de penetrantes ojos azules, torso hirsuto y aire hipermasculino, “un Belmondo católico irlandés”, que a principios de los noventa estaba en la pista de salida para convertirse en la gran estrella de Hollywood. La respuesta es una conjunción de malas decisiones, fracasos imprevisibles y el carácter explosivo de Baldwin, un imán para las polémicas.

El hombre que siempre estuvo a punto de...

Sus más tempranas ambiciones exponen su carácter: aspiraba a ser estrella de Hollywood o presidente de los Estados Unidos, hasta que en algún momento de principios de los ochenta las bambalinas ganaron la partida a la Casa Blanca y Baldwin abandonó los estudios de derecho para dedicarse por entero a la interpretación. Cuando se lo comunicó a sus padres “gritaron, lloraron y se asustaron”. Se trasladó a Nueva York y se empleó en todo lo que le ofrecieron.”Tenía sesenta trabajos”, declaró a Interview. Fue conductor de limusina, socorrista, dependiente en una tienda de ropa, y camarero en Studio 54, donde ejercía de “chico de los cigarros. Era el Rick Blaine de los homosexuales adinerados que vivían en los palcos de la discoteca”.

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Cuando estaba a punto de hacer las maletas para volver a la facultad, “estaba desesperado, era el tipo de persona que robaba zapatos de bolos de una bolera solo para tener un par de zapatos. Me sentía miserable, me sentía solo”. Alguien reparó en su espectacular físico y le dio el contacto de un agente. El primer trabajo ante la cámara, un médico joven en el culebrón The Doctors, fue acorde con su belleza y su falta de experiencia. Su suerte había cambiado. Tras el drama médico llegó el spin off de Dallas, Knots Landing, que lo convirtió inmediatamente en un rostro conocido y deseado. También llegaron algunos aditamentos de la fama. Durante el rodaje del culebrón en Oregón tuvo una sobredosis en una habitación de hotel tras consumir cocaína desde “desde las cuatro de la tarde hasta las ocho de la mañana”, un incidente que lo ayudó a mantenerse limpio hasta hoy. “Tuve un problema serio todos los días durante dos años. Creo que esnifé una raya de cocaína de aquí a Saturno” confesó el pasado mayo en el podcast Our Way with Paul Anka and Skip Bronson. “Por aquel entonces, la cocaína era como el café. Todo el mundo la consumía todo el día”.

Quería huir de la televisión y no tardó en asomarse brevemente en grandes películas. Fue el novio bobalicón de Melanie Griffith en Armas de mujer, apareció en Casada con todos junto a Michelle Pfeiffer y formó con Geena Davis la pareja de fantasmas que requiere los servicios de Bitelchús. Su primer gran papel protagonista llegó con La caza del octubre rojo, la adaptación del superventas de Tom Clancy. Resultó elegido para interpretar por primera vez a Jack Ryan después de que Kevin Costner rechazase el papel para rodar Bailando con lobos y Harrison Ford dijese que no porque prefería interpretar el personaje que acabaría en manos de Sean Connery.

El público respaldó la propuesta y la Academia la nominó en tres categorías. La continuidad de la saga parecía tan asegurada como la presencia de Baldwin, pero cuando tocó preparar la segunda parte, dejó de parecer tan seguro. En lugar de seguir el orden cronológico, Paramount optó por adaptar una novela anterior, Juego de patriotas, en la que el enemigo era el IRA y tanto el director de la primera película John McTiernan como Baldwin, ambos de raíces irlandesas, preferían evitar ese jardín. Mientras continuaban las negociaciones, Baldwin se embarcó en la producción teatral Un tranvía llamado deseo y fue ahí donde le sorprendió la noticia de que iba a ser sustituido. Harrison Ford había mostrado interés por el papel que había rechazado previamente y, por sólida que fuese la interpretación de Baldwin, si Indiana Jones quería un papel, ese papel era suyo.

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Baldwin sigue guardándole rencor. En sus memorias publicadas en 2017, Nevertheless, contó que cuando a Ford le dijeron que seguían negociando con él la respuesta del protagonista de Blade Runner fue “que se joda”. “Las películas realzan a ciertos actores, haciéndolos parecer algo que en realidad no son”, escribió en referencia a Ford al que a continuación definía como “un hombre pequeño, bajo, escuálido y enjuto, cuya voz suave suena como si viniera de detrás de una puerta”.

En aquel momento estaba a un paso de la lista A de Hollywood y aquel movimiento desestabilizó su carrera, como un tenista con un juego ganador al que un error no forzado saca del partido. “Tuve una película exitosa y ocho fracasos seguidos”, resumió en The Guardian lo que vino después. No triunfó Malicia (1993) con Nicole Kidman ni el remake del clásico La huida (1994), protatonizada junto a su por entonces esposa Kim Basinger. Falló su intento de comedia romántica con Meg Ryan en Hechizo de un beso (1992) y el thriller judicial Coacción a un jurado (1996) con Demi Moore. Especialmente doloroso fue su paso por La Sombra (1994), la respuesta de Universal al éxito de Batman: parecía un acierto seguro, un personaje que apelaba a la nostalgia y un guión escrito por David Koepp, que venía de firmar Parque Jurásico. Estaba destinada a ser un éxito de taquilla de verano y el inicio de una franquicia que ya tenía diseñado el merchandising, pero no encontró su público y fue vapuleada en taquilla por El Rey León y La Máscara. Baldwin se convirtió en el actor al que siempre estaba a punto de pasarle algo bueno. Le llamaban los más grandes: Woody Allen, Wes Anderson y David Mamet, Scorsese contó con él en El aviador e Infiltrados, pero siempre para papeles secundarios que despachaba con solvencia. En esa categoría llegó su única nominación al Oscar por The cooler.

No era exactamente una estrella, aunque se comportaba como tal, y eso le convirtió a él y a Basinger en dos de sus objetivos favoritos de la prensa menos escrupulosa. Se conocieron en 1990 durante el rodaje de Ella siempre dice sí y su relación convirtió el set en un infierno. “Juro por Dios que si estuviera en la indigencia y viviendo en la calle sin comida y alguien me ofreciera un millón de dólares por trabajar con Alec y Kim, pasaría” declaró uno de los trabajadores que convivió con ellos y sufrió su sexo excesivamente bullicioso, las peleas constantes y los retrasos a los que sometían a todos. Baldwin definió la película como el mayor error de su carrera y se despachó con la productora en una entrevista en Entertainment Weekly. “No soy un psicópata, como la prensa y Disney quieren que creas”. Llamó a Disney “cerdos totalmente malvados y codiciosos” y afirmó que el guionista, el ganador del Premio Pulitzer Neil Simon, era “tan profundo como el tapón de una botella”.

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Basinger fue su relación más mediática, pero antes de ella ya habían estado en su vida Janine Turner, la Maggie de Doctor en Alaska, a la que conoció durante una prueba. Según cuenta la cantante Carly Simon en sus memorias, Baldwin compartió al menos una noche con Jackie Kennedy.

El matrimonio con Basinger estuvo marcado por los vaivenes profesionales de ambos. Paradójicamente fue en 1998, el año en el que ella ganó un Oscar por LA. Confidential, cuando el matrimonio empezó a resquebrajarse. La batalla legal desencadenada por el divorcio evidenció lo que ya era un secreto a voces: Baldwin tenía un problema de ira y colocó a la hija de ambos en el epicentro de su lucha, tal como dejó claro un mensaje que el actor dejó en el contestador de su hija en el que la llamaba “pequeña cerda grosera y desconsiderada”. Un suceso que, en vista de la relación cordial que mantienen actualmente, parece olvidado pero es, según ha confesado, el punto más bajo de su vida.

El renacimiento de Baldwin llegó a través de esa televisión que denostaba. Con 17 intervenciones tiene el honor de ser la persona que ha ejercido más veces de conductor del Saturday Night Live. Durante una de esas participaciones conoció a Tina Fey y gracias a ella le llegó el que probablemente sea su gran papel, el Jack Donaghy de 30 Rock (o Rockefeller Plaza en España), una de las mejores sitcoms de la historia, donde su tensión cómica muy bien resuelta con Fey le hizo ganar dos Emmy, tres Globos de Oro y siete premios del Sindicato de Actores. Además de proporcionarle galardones, lo llevó a renovar sus votos con la comedia romántica gracias a No es tan fácil (2009), junto a Meryl Streep y Steve Martin. La química entre ambos actores les llevó a presentar los Oscar, una lid compleja de la que salieron airosos. También lo condujo a dos franquicias tan exitosas como dispares: Misión Imposible y... Torrente 5. Operación Eurovegas (2014), donde encajó sin problema en el particular ecosistema de Santiago Segura. “En Estados Unidos impera lo políticamente correcto. No hay muchos resquicios para rehuirlo. Es el país de la vergüenza: lo que hacemos es señalar los errores y fallos de los otros y pedir su condena públicamente. Aquí, vosotros resopláis y seguís adelante. Torrente es el mejor ejemplo”, declaró a EL PAÍS.

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Ni él antihéroe de Segura puede competir en bocazas con Baldwin, a quien tanto sus salidas de tono como su carácter volcánico han llevado a los tabloides más veces que a ninguna otra estrella de Hollywood y le ha hecho ganarse el título poco codiciado de “estrella más odiada de Nueva York”. Un honor ganado a pulso tras múltiples incidentes: fue arrestado por circular en bici en dirección contraria y resistencia a la autoridad, vio su programa Up Late with Alec Baldwin cancelado después de que lanzase insultos hómofobos a un paparazzi que trataba de fotografiar a su familia, una situación de la que podría haber salido airoso con una disculpa y alguna suculenta donación a una causa benéfica, pero Baldwin prefirió dedicar una cantidad de tiempo ingente a asegurar que no había dicho “maricón”, hasta que un vídeo publicado por TMZ expuso la realidad y lO dejó como un mentiroso. No falta en su larga lista de agravios su desaire a una azafata que le pidió que apagase el móvil durante el despegue de un vuelo.

Si el mundo no hubiese conocido la presidencia de Trump podríamos decir que el actor que lo ha parodiado magistralmente en Saturday Night Live ha puesto punto y final a su un día ansiada carrera política con sus incidentes, pero ser un bravucón no parecen en 2024 un impedimento para alcanzar la presidencia de los Estados Unidos. Baldwin comparte la pasión política con sus hermanos, aunque no todos estén alineados en el mismo bando. William Baldwin, el que un día pareció a punto de destronar a su hermano como el Baldwin más sexy gracias a Sliver (1993), es un ferviente demócrata; no así el pequeño, Stephen Baldwin, trumpista confeso y también estrella en decadencia que pasó de la desasosegante Última salida: Brooklyn al cine cristiano y hoy es más célebre como padre de Hailey Baldwin y suegro de Justin Bieber. A excepción de Alec, ninguno ha generado más titulares indeseados que Daniel Baldwin, el más desconocido del clan, que en 1998 acabó en el hospital después de corretear desnudo por el Hotel Plaza de Nueva York.

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Ni siquiera su última esposa, la profesora de yoga Hilaria Baldwin, madre de siete de sus hijos, ha estado exenta de polémica, aunque en este caso debido a su exageración sobre sus orígenes latinos y su falso acento español. Hollywood ya no es ese lugar en el que Margarita Cansino se hacía llamar Rita Hayworth, ahora es el lugar en el que una muchacha de Bostón llamada Hilary se hace llamar Hilaria y se finge mallorquina.

El último proyecto anunciado por Baldwin, y una de las últimas noticias generadas por la familia que no tiene que ver con algún incidente, es un reality con su mujer y sus hijos. “Os invitamos a entrar en nuestra casa, a vivir los altibajos, lo bueno y lo malo, lo salvaje y lo loco”. Con nueve Baldwins protagonizándolo, el resultado será cualquier cosa excepto aburrido.

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